La
noche del sábado, un público ansioso llenó las butacas del
Teatro Bolívar, a medias restaurado y derruido, pero ante todo
dueño de un espíritu vivo e imponente; un teatro con vida
propia, iluminado apenas con luces de colores.
La
agrupación argentina abrió el telón a las 21:00 con gran
energía, capturando de inmediato la atención y la vibración de
un público diverso, dividido claramente entre curiosos y
aficionados complacidos.
Después de dos temas, Carlos
Libedinsky saludó con emoción a los quiteños, presentó a los
otros cinco músicos de Narcotango y aseguró que estaban
emocionados porque ese era su último concierto de toda la gira
y además se sentían cautivados por la magia del escenario del
Bolívar. El espectáculo continuó con la presencia de Martín y
Carolina, que salieron a escena para tanguear.
La
música de Narcotango es una fusión imponente e hipnótica de
los ritmos contemporáneos y la vibra electrónica con la
cadencia tradicional, punzante, nostálgica del tango.
Esta mixtura, cuyo resultado era para muchos un
misterio, invadió al público que acompañaba con palmas,
zapateando al ritmo ágil, casi frenético de cada nueva
canción, de una versión bizarra de mi Buenos Aires querido, de
la voz de Rosana, del baile aéreo y las acrobacias de María,
que ascendía sobre el telón y se mecía en un aro,
contorsionada mientras se proyectaban luces e imágenes veloces
en el techo del teatro.
El público entusiasmado y los
escépticos complacidos se despidieron de pie de los 11
integrantes de Narcotango, músicos virtuosos, bailarines,
acróbatas que tuvieron que salir a escena tres veces más.
Incluso los aficionados subieron al escenario para compartir
una pieza junto al elenco, ensayando pasos de tango y
breakdance al ritmo de un violín enérgico y los aplausos de
los quiteños satisfechos por el excelente espectáculo.
(PST)
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