“A la
hora en que quedan pocas parejas bailando en la pista, y la magia
visita la milonga, cuando los cuerpos exhaustos se niegan a terminar
la noche, a esa hora nace Narcotango”, anuncia Carlos Libedinsky en
el arte de su disco de tango electrónico. Fue la danza, explica él,
la que le dictó la música que estaba faltando en las milongas a las
que asistía con fervor de recién iniciado. Así empezó a hacer tango
con la forma en que sentía que hacía falta, con cruces de bases
programadas y sampleados agregados a instrumentos, y una cuota
importante de sonido electrónico. Todo esto fue en 2001, con lo
cual Libedinsky se anticipó al Bajo Fondo y a la repentina explosión
general de lo que se conoce como tango electrónico. Pero, como las
ediciones independientes tienen sus tiempos, Narcotango recién salió
a la calle este año. El momento es propicio, de todos modos, para
descubrir el sonido que le encuentra Libedinsky al Buenos Aires de
hoy. Su grupo ya se presentó en el Festival de Tango, abriendo,
junto a otros como San Telmo Lounge o Ultratango, un espacio
oficializado para el tango electrónico, y este jueves a las 21.30
volverá a sonar en La Trastienda (Balcarce 460). “Yo curtía tango
en las milongas, pero en mi discman escuchaba Massive Attack, Björk,
St. Germain”, dice Libedinsky. “Ese cocktail empezó a tener más
ingredientes con el baile y de ahí salió mi música.” Si bien el
tango electrónico no se pasa en cualquier milonga, hay algunas muy
dispuestas al subgénero como La Catedral (una milonga un tanto
freak) o festivales como los que se organizan una vez por mes en
Niceto. ¿Cómo se baila tango electrónico? Como se puede. En las
milongas electrónicas se llegan a formar dos pistas, una que respeta
el sentido de circulación tanguero, incorporando nuevos pasos, y
otra en la que los bailarines se dejan llevar libremente por el
dictado de las bandejas. Esto es lo que Libedinsky destaca como el
motor de las nuevas formas del tango, electrónicas o no. Hace
tres años el músico agarró su guitarra e hizo lo que muchos
quisieran: se fue a viajar tres meses por Europa y Estados Unidos,
parando en ciudades de todo tamaño, a condición de que tuvieran
milongas en las que pudiera mostrar lo suyo y juntar para seguir
hasta la próxima parada. “Ahí descubrí que el mundo milonguero es
inmenso”, dice el músico. “Y que, igual que acá, la milonga es una
familia, con códigos y gente que se repite. Me quedaba una semana e
iba conociendo vida y obra de todos los personajes.” Claro que hay
cosas que diferencian a las milongas del mundo con las locales: “No
tienen el peso histórico de las de acá”, analiza el músico. “Y, por
eso mismo, no tienen la misma carga de prejuicios.” En 2001
Libedinsky editó Aldea global, donde abordó en letras de su autoría
algunos tópicos globalizados (cirugías, dietas, desempleo) con una
dosis de humor. Allí empezó a delinear lo que sería el comienzo de
su camino en el tango electrónico, con dos temas: Trance tango y Mi
Buenos Aires que..., basado, por supuesto, en el hit de Gardel y
Lepera. –¿Por qué hace hincapié en el baile como generador de
nuevas tendencias? –Es un hecho que los bailarines evolucionaron
más que los músicos, se animaron a jugar más. Hay nuevas
experiencias del bailar, que en EE.UU. ya tomaron nombres como
“Neotango” o “Tango Nuevo”. Y a mí, como bailarín, me encantaba
bailar Di Sarli o Pugliese, pero llegado un momento de la noche
notaba una necesidad corporal de algo distinto, en mí y en los
otros. Ese es el germen de mi música y de otras expresiones que
también son de tango electrónico, aunque diferentes de la mía.
–A muchos tangueros les repugna el tango electrónico. –No
tiene por qué gustarle a todo el mundo, me sorprendería que fuera
así. A mí ni me preocupa ver si es tango o no. Es música, tiene
sabor a tango, viene de alguien a quien le gusta ir a las milongas y
pasó mucho tiempo bailando y escuchando tango. Tienen que reconocer
que está pasando algo que no se daba desde Piazzolla, una
efervescencia que se nota en lagente vinculada o no al tango. Las
milongas empiezan a incorporar esta música. –Pero acá hay
milongas en las que nadie se anima a pasar un tema suyo. –También
es lógico y está bien. Pero si al principio había una enorme
resistencia, de a poco va entrando en algunos lugares. Hay que
aclarar que cuando se habla de los milongueros se piensa en señores
de más de sesenta años. Y yo, por ejemplo, me considero un
milonguero. Las milongas están pobladas de gente de todas las
edades. Es saludable darles la bienvenida.
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